
Esa tarde lo traje a casa. Todo empezó con un simple juego, cada vez más pervertido y perturbado. La única que jugaba al principio era yo. Sus palabras, sus sentimientos me iban invadiendo poco a poco. Descubrí caminos y a muchos decía que no, poco a poco una palabra como es no, pasó a ser sí. Iba penetrando en mi interior cada vez más fuerte. Era su esencia, era su voz, era su deseo. Estábamos tumbados en el sofá. Yo quieta, él a mi lado. Yo miraba el techo, el me miraba a mí. Algo recorría mi interior. Me dediqué a mirar la luz intensa de la luna que entraba por la ventana del oscuro comedor. Me volteé para ver su cara, se acercó, me acerqué. Un simple beso, para muchos un simple beso, para mi fue el cielo. ¿Era el momento para sacar mi lado que nadie había descubierto jamás? Sí. Era el momento. Me tumbé encima de él. Bajé mi mano lentamente hasta llegar a mi destino, sus gemidos llenos de una pasión infinita, que es difícil de imitar. Sus manos ardientes fueron recorriendo mi cuerpo encendido, como si se estuviera sometiendo a una intensa llama de fuego. Tocaron mis bellos senos, con los pezones erizados, con semejante locura y pasión que jamás había visto. Parecíamos haber subido en el tren que nunca para en la estación. Parecía algo tan intenso, tan infinito que juraría que no terminaría jamás. Me sometió a semejante placer que no quería terminar nunca. Se erecto pene se lanzaba hasta mi boca. No sabía quién lo condujo hasta allí, quizás fui yo o quizás no. Me gustaba, te gustaba. Subí lentamente, quería encontrarme con tu dulce boca, quería saber como sabía, la quería hacer mía por un instante. Tu lengua jugaba con la mía, las salivas se mezclaron. Me encantaba. Eras mío, era tuya. Me entregué toda. Entraste en mí, te corriste tan deprisa que parecías tener que abandonar ese extremo placer. Te vestiste, y tu última palabra, Adiós. No he vuelto a saber de ti y no te dignaste a dar ni una sola explicación. Jugaste, eso fue todo. Me quedé en ese sofá, cavilando, intentando pegar los pedazos de mi pobre corazón. Eres un imbécil.
Era su esencia, era su voz, era su deseo. ¿Deseo? No, no era deseo, era solo un juego. Ya no vivo encadenada, ahora estoy en libertad.