miércoles, 28 de abril de 2010


Mírate. Qué ridícula. ¿No sientes vergüenza? Caes en tu propia belleza, te derribas frente al espejo. Débil, impotente. Insegura, incapaz. Frágil. Te quitan la vida, te van matando y tu te quedas quieta frente a ellos. ¿Piensas seguir así? Juegan, te toman y te dejan. Tú no vales eso. Tú no eres su muñeca. No eres la muñeca que les faltó a ellos en su infancia. No. Tienes precio y no precisamente el que te están atribuyendo. Ten valor y no tengas miedo, diles lo que sientes, lo que pase por tu mente, lo que necesites decir y lo que merezcan oír. Dile lo idiotas que son. Repite-les una vez más que no eres cualquier muñeca con la que pueden jugar, a la que le pueden tirar de los pelos o manosear. Que no eres la muñeca que pueden romper. Que no eres una muñeca sin corazón. No guardes tus sentimientos bajo llave, te están pidiendo a gritos salir. Seguías tu camino y de repente caíste a un pozo del que era muy fácil salir, solo que te gustó poner las cosas difíciles. Fuiste cavando hasta hacerlo tan hondo que no sabes ni como huir. Ahora es cuando te dedicas a gritar.

martes, 27 de abril de 2010

Juega conmigo. Yo contaré. Tú escóndete. Yo me tapé la cara y comencé a contar. Separé los dedos de mi mano para ver dónde te escondías. Uno, dos, tres... Tenía miedo, te amaba y sufría por que cada vez te alejabas más y más. Quién sabía donde irías a parar. ¿Y si no te encontraba nunca?. De repente gritaste -¡No hagas trampas que te veo!- Cerré completamente mi mano de nuevo. Cuatro, cinco, seis... Algo recorría mi interior. Nervios, miedo, angustia, inquietud. Siete, ocho, nueve, y... diez! Bajé mis manos y me quedé quieta, pensativa, mirando a los lados. Mi necesidad de encontrarte era tan y tan grande que no sabía por donde empezar, si correr para encontrarte lo más rápido posible, o si andar para buscarte detenidamente. Me decidí a andar. El mundo parecía girar tan deprisa que no sabía ni reaccionar. Mi único objetivo era encontrarte. Fui al lago, fui al bosque. Quince minutos. No podías haberte escondido tanto, era solo un juego. Me decidí a adentrarme en el bosque. Tenía miedo, pero no me detenía. Lo más importante eras tú, mi ser me daba igual. Aceleré el paso, veía sombras, oía ruidos. No cambié mi rumbo, seguía. Asustada cada vez más iba andando por el oscuro camino del bosque cuando de repente oí: -¡No desesperes, estoy aquí!, alcé mi cabeza y miré en lo alto del árbol. Ahí estabas, sentado en la rama, con tu rostro perfecto, con tu mirada clavada en la mía. Eran tales las ganas de abrazarte que me decidí a subir el árbol. No era tan fuerte, valiente y atrevida como tú. Me diste la mano y tiraste fuerte de ella hasta llevarme a tu lado. Había logrado subir a la copa del árbol más alto, y estaba con él, el que me devolvía la vida. Te miré detenidamente, te acercaste y me besaste. Miramos juntos el cielo, las negras nubes huyeron y salió la intensa luz del sol. Fuiste el niño de mis sueños, y ahora tu ya no estás conmigo, pero lo sigues siendo.

lunes, 26 de abril de 2010


Esa tarde lo traje a casa. Todo empezó con un simple juego, cada vez más pervertido y perturbado. La única que jugaba al principio era yo. Sus palabras, sus sentimientos me iban invadiendo poco a poco. Descubrí caminos y a muchos decía que no, poco a poco una palabra como es no, pasó a ser sí. Iba penetrando en mi interior cada vez más fuerte. Era su esencia, era su voz, era su deseo. Estábamos tumbados en el sofá. Yo quieta, él a mi lado. Yo miraba el techo, el me miraba a mí. Algo recorría mi interior. Me dediqué a mirar la luz intensa de la luna que entraba por la ventana del oscuro comedor. Me volteé para ver su cara, se acercó, me acerqué. Un simple beso, para muchos un simple beso, para mi fue el cielo. ¿Era el momento para sacar mi lado que nadie había descubierto jamás? Sí. Era el momento. Me tumbé encima de él. Bajé mi mano lentamente hasta llegar a mi destino, sus gemidos llenos de una pasión infinita, que es difícil de imitar. Sus manos ardientes fueron recorriendo mi cuerpo encendido, como si se estuviera sometiendo a una intensa llama de fuego. Tocaron mis bellos senos, con los pezones erizados, con semejante locura y pasión que jamás había visto. Parecíamos haber subido en el tren que nunca para en la estación. Parecía algo tan intenso, tan infinito que juraría que no terminaría jamás. Me sometió a semejante placer que no quería terminar nunca. Se erecto pene se lanzaba hasta mi boca. No sabía quién lo condujo hasta allí, quizás fui yo o quizás no. Me gustaba, te gustaba. Subí lentamente, quería encontrarme con tu dulce boca, quería saber como sabía, la quería hacer mía por un instante. Tu lengua jugaba con la mía, las salivas se mezclaron. Me encantaba. Eras mío, era tuya. Me entregué toda. Entraste en mí, te corriste tan deprisa que parecías tener que abandonar ese extremo placer. Te vestiste, y tu última palabra, Adiós. No he vuelto a saber de ti y no te dignaste a dar ni una sola explicación. Jugaste, eso fue todo. Me quedé en ese sofá, cavilando, intentando pegar los pedazos de mi pobre corazón. Eres un imbécil.
Era su esencia, era su voz, era su deseo. ¿Deseo? No, no era deseo, era solo un juego. Ya no vivo encadenada, ahora estoy en libertad.

domingo, 25 de abril de 2010


Él. Sólo él, no pedía nada más. Se apoderó de mi mente. Una droga que me envenenó y me hizo enloquecer. Era el sabor de sus labios, sus caricias que recorrían mi cuerpo de arriba abajo. Para mí era el cielo, para él solo un juego. Jugó, se divirtió y rompió mi corazón en pedazos tan y tan diminutos que era imposible pegarlos. Fracasé. Fracasé una vez más como una idiota. No sentía, no deseaba, no soñaba, no imaginaba. Él arrebató todas mis fuerzas, se las llevó, se llevó mi corazón. Rosas rojas que se destiñen. Vida que pierde color. Camino tortuoso, oscuro y pedregoso. ¿De qué sirvió arrancarle los pétalos a la pobre margarita? De nada. Temo vivir desde ese momento. Negro, problemas. Gris, obstáculos. No hay más colores en mi vida.

sábado, 24 de abril de 2010

Estúpida niña ilusa.


Te sumerges en un mundo en el que solo estás tu. Vives, sueñas, imaginas, no te detienes. Sigues pensativa, andando por la triste y oscura ciudad. Reclamas al otro sexo como un náufrago una tabla. No. No era un sueño. Tú, quieta, viendo la lluvia caer, mirabas hacia el oscuro cielo y era una sensación de libertad, como cada una de las gotas te iba mojando, como caía por tu húmeda cara, como sentías que llegabas al cielo, cerraste los ojos y parecías una simple estúpida niña ilusa. La gente andaba a un paso ligero, notabas sus ojos como te miraban, la mayoría despreciándote. Decidió seguir su rumbo. Se plantó en el umbral de la casa. Se detuvo de nuevo a mirar el cielo. La luna se escondió tras las negras nubes. Vio caer los ángeles del cielo. Entró en la casa. Se plantó enfrente el espejo, con su vestido negro, con un rostro apagado. Ella muere en su propia belleza y cae ante el espejo, frágilmente. Solo su almohada, testigo de ese amor, sabía la debilidad que la envolvía.