martes, 27 de abril de 2010

Juega conmigo. Yo contaré. Tú escóndete. Yo me tapé la cara y comencé a contar. Separé los dedos de mi mano para ver dónde te escondías. Uno, dos, tres... Tenía miedo, te amaba y sufría por que cada vez te alejabas más y más. Quién sabía donde irías a parar. ¿Y si no te encontraba nunca?. De repente gritaste -¡No hagas trampas que te veo!- Cerré completamente mi mano de nuevo. Cuatro, cinco, seis... Algo recorría mi interior. Nervios, miedo, angustia, inquietud. Siete, ocho, nueve, y... diez! Bajé mis manos y me quedé quieta, pensativa, mirando a los lados. Mi necesidad de encontrarte era tan y tan grande que no sabía por donde empezar, si correr para encontrarte lo más rápido posible, o si andar para buscarte detenidamente. Me decidí a andar. El mundo parecía girar tan deprisa que no sabía ni reaccionar. Mi único objetivo era encontrarte. Fui al lago, fui al bosque. Quince minutos. No podías haberte escondido tanto, era solo un juego. Me decidí a adentrarme en el bosque. Tenía miedo, pero no me detenía. Lo más importante eras tú, mi ser me daba igual. Aceleré el paso, veía sombras, oía ruidos. No cambié mi rumbo, seguía. Asustada cada vez más iba andando por el oscuro camino del bosque cuando de repente oí: -¡No desesperes, estoy aquí!, alcé mi cabeza y miré en lo alto del árbol. Ahí estabas, sentado en la rama, con tu rostro perfecto, con tu mirada clavada en la mía. Eran tales las ganas de abrazarte que me decidí a subir el árbol. No era tan fuerte, valiente y atrevida como tú. Me diste la mano y tiraste fuerte de ella hasta llevarme a tu lado. Había logrado subir a la copa del árbol más alto, y estaba con él, el que me devolvía la vida. Te miré detenidamente, te acercaste y me besaste. Miramos juntos el cielo, las negras nubes huyeron y salió la intensa luz del sol. Fuiste el niño de mis sueños, y ahora tu ya no estás conmigo, pero lo sigues siendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario